EL METRO Y M. PESSOA

Iba en el metro leyendo algo en mi móvil  y oigo:

"Esperaré a que tú lo decidas". "Si salimos los dos juntos tendremos posibilidades".

¿Qué es eso? me pregunto y levanto la cabeza. ¿ Alguien está viendo una película con el volumen activado? ¿Sin cascos?

Música de suspense. Unos cerrojos, una trompeta que lanza un aviso. 
Una puerta que se cierra, violines ascendiendo, el ring de un teléfono...

Sí, el ruido viene de aquel móvil. Es un tío que está sentado frente a mí, treinta y tantos. 
Chico, pensé, un poco de pudor, que nos estamos enterando de la mierda de películas que te gustan...

Y sigue con la matraca: "Acabo de despertarme, no te muevas del sofá,"
"Mi matrimonio dura 20 años." Más violines, muchos violines más.

Entonces se lo suelto de golpe: La mata, le digo, secuestra a su hijo y cuando va a buscarlo, la mata.

Me mira flipando, "¡Eres imbécil tía!"
Hombre, así te la ahorras, es malísima. Si quieres ponemos música, yo soy más de escuchar música y a ese señor que está a tu lado seguro que le encantan los boleros,  voy a poner uno... de los Panchos, ah, no...  Juan Gabriel que da más grima.

Se abren las puertas y el chico hace ademán de bajarse. Yo, Marina Pessoa me interpongo,.
No, ahora tienes que escuchar esto. El chico mira a su alrededor pero el resto del vagón apoya la acción con su silencio.
"Tengo que bajar, es mi parada", dice.
¡No!, nos vamos de discoteca hasta el final de la línea, eso te lo aseguro yo y acerqué con sigilo mi navaja a su estómago. 

Las puertas se cierran.

"Filósofo es el que ya no se queja" dicen que dijo María Zambrano. 

Soy una filósofa.

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