Eternidad que va y eternidad que viene


¿Por qué será que cuando paso delante de la casa de mi amiga Rosa, muerta hace ya más de dos años, sé que me está viendo y la saludo? Hago un gesto, llevo mis dedos a la boca y lanzo un beso que se transforma en hilo invisible que asciende por la atmósfera y acaba uniéndome al alma de mi amiga Rosa. Ella lo recibe, el hilo nos une, ella está allí, en alguna parte del espaciotiempo. 
Y entonces lo sé: creo en la ETERNIDAD.

Con mi madre esto no me pasa. 
Cuando pienso en ella, y pienso en ella cada día, no pienso en la eternidad pienso en la pérdida. La nombro, a medias... quiero decir que nombro la pérdida a medias. Me duele.
Ojalá se pudiera acompañar a los seres queridos en su último viaje, hubiera acompañado a mi madre...
Pero no, estoy aquí y ella no.
No está y no volverá a estar. 
Y entonces lo sé: me da igual la eternidad.  

Quizá el tiempo, el Gran Igualador, me ha unido al espíritu de Rosa y quizá el tiempo, ese Gran Igualador, no me permite todavía unirme al espíritu de mi madre. No lo sé. 

2 comentarios:

F. Mora dijo...

Hablaremos sobre lo que comentas de tu madre

david dijo...

Las madres siempre están, y los padres