"¡Me cago en Dios!" La frase retumba en el tren de larga distancia Madrid-Oviedo. Hay eco.
"¡Quieto todo el mundo!". Suena a broma.
Yo, Marina Pessoa, furiosa, tiro de la anilla roja de la alarma. "¡La pulsera!¡Me cago en Dios! "
Los frenos del tren chirrian, los viajeros clavan sus uñas en los asientos.
Un niño sale despedido, golpea la puerta del vagón que se abre automáticamente.
Un niño sale despedido, golpea la puerta del vagón que se abre automáticamente.
El ruido de la frenada es ensordecedor.
"¡¿Quién tiene mi pulsera?! La dejé ahí, sobre el libro". Yo, Marina Pessoa estoy de pie, mirando retadora al resto de viajeros.
El revisor se acerca nervioso "¿qué pasa, quién activó la alarma?"
"¡Fui yo! Me han robado mi pulsera, la pulsera..."
Yo, Marina Pessoa soy un espejo de mi misma. Desnortada. ¡Sola, otra vez sola!
Desnuda, sin mi pulsera, si mi identificación, sin lo único que me unía a esa familia que nunca tuve.
Sola y abandonada, como aquel bebé que las monjas encontraron en su puerta.
Yo, Marina Pessoa no acepto explicaciones, vuelvo a tirar de la alarma. El revisor intenta retenerme.
Levanto del asiento a los pasajeros, miro en sus bolsos, en sus bolsillos, levanto faldas y abro camisas... todos niegan tener la pulsera.
Grito... vuelvo a gritar... las puertas del vagón se abren y el revisor me empuja fuera. "Usted está loca."
Las puertas del vagón se cierran.
Oigo al revisor "adelante, podemos continuar, no es nada".
El tren arranca y sigo gritando "Mi pulsera, dónde está mi pulsera? ¡Me cago en Dios!"
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