Capítulo 3 de la novela "VIDA DE MARINA PESSOA"

 

Transcribo a continuación uno de los capítulos de la novela que estoy escribiendo "VIDA DE MARINA PESSOA". En concreto el capítulo 3 titulado "La adolescencia adolece"

El episodio de los ratones había sido definitivo en mi vida. Me sentía protegida. Las demás niñas podían protestar, maldecir y criticar pero para mí y para mis hermanas el orfanato se había convertido en la paz del hogar que nunca habíamos tenido. 

El director apenas salía de su despachoSe avergonzaba de haber organizado esa insólita granja de ratones. Los chillidos que dieron las pequeñas al ver los cajones del desván atestados de crías de ratones todavía resonaban.  A mí me daba la risa. Las geniales ideas del director para abastecer la despensa de carne fresca no fueron tan geniales como él pensaba. Y se sumió en una profunda depresión. 

La madre Superiora ejercía ahora de modo ostentoso el mando de la institución. Los niños sabían, siempre lo supieron que era ella quien mandaba. Era rígida e implacable, pero justa y esto se agradecía en medio de tanta precariedad. Se respiró un verano tranquilo.

Comimos poca carne, mucho repollo con patatas y tocino, muchas lentejas, muchas manzanas, mucha lechuga. La madre superiora organizaba la intendencia de la cocina como un verdadero militar en época de guerra. "Se come lo que hay" era su máxima. Y no permitía ni una excepción a sus normas. 

El director aceptaba.  En su cabeza de vez en cuando surgían nuevas ideas revolucionarias sobre como...../ 

...Pero, ¿qué estoy escribiendo? Esto no es verdad, bueno, sí, tiene algo de verdad, pero va con disfraz. Yo odiaba a la madre Superiora, la odiaba y ella también a mí. Sobre todo por el incidente del abrigo.  Yo quería un abrigo.  El invierno pasado había accedido a ponerme jerseys de lana bajo la gabardina verde-caca que había heredado de una benefactora y que tenía al menos 20 años... y ahora la madre Superiora pretendía que evitara el frío con un vestido que haría recomponiendo un abrigo viejo de lana que picaba como su puta madre...  Picaba, mucho, era una tela gorda marrón de mezclilla, pintitas blancas que parecían canas surgidas en la tela por el paso del tiempo... ¡No, eso no era justo!...  Este invierno me tocaba abrigo, ella me lo había prometido.

Me llamó a su despacho y con tono lastimero me dijo que el orfanato no estaba en condiciones de gastar porque no tenían ni para comer, que ella llevaba unas botas de hace treinta años con agujeros y el zapatero ya no sabía ni cómo remendar...

No podía, yo Marina Pessoa niña huérfana, no podía aceptar esta circunstancia, ¿Pero por qué no puedo tener un abrigo azul marino como las demás niñas del colegio? ... 

Es horrible esa sensación de comprender que tus deseos tienen que posponerse, taparse como si no existieran.  La madre superiora me hablaba suave, me explicaba con ternura la situación y yo anulaba mis deseos que automáticamente quedaban convertidos en caprichos y mi carácter se alisaba, se desteñía, se  deshilachaba para acabar muerto en algún rincón dentro de mí.  Yo, Marina Pessoa, piltrafa humana, resto descompuesto sin sangre volvía a la fila de las niñas huérfanas con la cara lavada y peinada para no ser vista.

Amaba el orfanato, suponía para nosotras, las hermanas, la supervivencia que no habíamos conseguido hasta entonces. Un plato de comida todos los días, orden, escuela, juegos sencillos, buen trato, amabilidad, calor... pero... 

El director, seguía con el rabo entre las piernas. Frustrado en sus ideas sin sentido, nos inculcaba una única enseñanza, todos éramos tan inútiles como él. No teníamos posibilidad de ascenso social, simplemente habíamos nacido sin las cualidades que un gran hombre debe tener, como él, y esto nos lo inculcaba a fuego, nos lo tatuaba en la piel. Fuimos su ganado marcado. Yo, entonces, Marina Pessoa persona pacata, lo comprendía, como a la madre superiora. Creía y admiraba su intento de perfección.  No sabía.

Hasta que sentí la liberación de los primeros asesinatos, no supe que esa perfección frustrada había generado en mi interior un enorme socavón,  efecto agujero negro.





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