Yo, Marina Pessoa, llevo varias semanas acompañando a un amigo, se está muriendo.
Solo tiene un consuelo, las visitas de su fisioterapeuta que le hacen pensar que todavía puede hacer algo para estar mejor. Le pide al médico que la fisio venga todos los días. El médico mandará a la médico evaluadora, es el protocolo.
Y viene.
Una hija de puta, cuya escuálida cara de agriada mujer amargada no olvidaré nunca, entra en la habitación y alardeando de sinceridad le casca a mi amigo " no vas a caminar nunca más". Y sale, orgullosa de cumplir con su papel de sanitaria sincera y directa.
La persigo sin que me vea por los pasillos del hospital. Entra en el baño, son varios cubículos separados por tabiques que no llegan al techo. Le atranco la puerta como puedo atando con mi jersey el picaporte.
Tengo que actuar rápido. Yo, Marina Pessoa cojo la basura de otro de los baños y la vacío desde el cubículo contiguo. Intento apuntar a la cabeza. En la basura hay compresas usadas, papeles manchados de caca y hasta una agüilla hedionda.
Ella, la médico, grita con toda su sinceridad desbordante. Y yo me cago, y arrojo lo que puedo, mis restos organicos, por encima del tabique, adivinando por los gritos donde está la perfecta sanitaria que habla a los pacientes de otros con toda la cruda sinceridad de la que es capaz.
Me siento ligera. Tengo un poco de frío, el jersey quedó en el baño con los gritos sinceros. Y yo Marina Pessoa, ligera, vulgar y alegre, corro a comprarle a mi amigo unos torreznos.
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